domingo, 22 de noviembre de 2015

La Pitonisa. Microrrelato.




Era una timadora. Como todas.

No podía ver el futuro en la bola de cristal ni dar voz a los muertos,  sus predicciones no eran más que vagas promesas, un reflejo de los deseos que los clientes revelaban durante las sesiones, sin darse cuenta.

La clave de su éxito, lo que diferenciaba a Samira Hazsy del resto de adivinas de la época, residía en su mirada.

Orlados por una tramoya de rimmel y khol, la pitonisa clavaba sus ojos oscuros en el incauto, mentía con la voz aterciopelada por el aplomo y recogía los billetes a puñados.

Sin embargo, no todo era falso en su vida. Una noche de luna llena, cuando apenas era una adolescente morena, desvergonzada y libre, vivió su primera y última experiencia paranormal en el camposanto del pequeño pueblo húngaro que la vio nacer.

Los viejos del lugar contaban que un sepulturero medieval se arriesgó a enterrar los restos de una bruja en sagrado, contraviniendo los dictados de la Santa Inquisición, por temor a quedar maldito si no trataba con respeto el cuerpo desmembrado que tanta maldad había albergado y esparcido en vida. Tuvo al menos la picardía de no poner lápida o señal alguna que indicara dónde lo hizo. La leyenda hablaba de un parterre de tierra estéril rodeado de ortigas junto a la tapia. Y allá se fue la joven Samira a hacer su invocación, bajo la luz azul de una luna redonda.

Jamás contó a nadie lo sucedido aquella noche. Cuando despertó medio desnuda entre las lápidas, con los pies heridos de vagar descalza durante horas y un murmullo extraño en los oídos, supo con certeza que algo tan antiguo como perverso volvía a mirar el mundo desde las cuencas de sus ojos y comprendió satisfecha que aquel pasajero indeseable sería su pasaporte hacia la fama y la fortuna.

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